En España somos conscientes de muchos de nuestros fallos como país: baja competitividad, falta de inversión en I+D+I, bajas inversiones en educación y gasto social en general, etc. La lista es bastante larga. A pesar de esto, no solemos quejarnos de todo esto hasta que llega el informe internacional de turno, generalmente comparándonos con el resto de países de la UE, en el que se demuestra que somos los más contaminantes, los más analfabetos y los más burros. Y en estos momentos, siempre se dan las excusas de costumbre: “no se nos puede comparar con Europa, aquí tuvimos dictadura”, “aquí hay menos dinero que en Alemania”, “que digan lo que quieran los guiris, pero como en España no se vive en ningún lado“, “estamos trabajando para mejorar los resultados”. Con orgullo patrio y prejuicio extranjero se solucionan todos los problemas del país. Se pasa página, y se sigue adelante. Eso sí, con las orejeras de burro bien caladas, que en nuestra España parece que venden a pares.
Comento esto a propósito del informe PISA 2006, este habitual recordatorio de que la nuestra es la tierra del tomate, el zascandileo y la vida fácil, y donde lo de estudiar nunca se ha visto como algo de personas decentes y honradas, sino de rojos titiriteros y pancartistas. Como de costumbre, PISA nos ha dejado a la altura del betún. Y me sorprende la reacción de administraciones y del público en general. Por un lado, que la gente se sorprenda de que nuestros alumnos la pifien estrepitosamente (qué podemos esperar, con un sistema educativo nuevo cada legislatura, una sociedad que no apoya el estudio, y unas familias que aunque quieran no pueden atender a sus hijos con nuestros horarios laborales de posguerra y nuestros salarios preguerra). Por otro, que en lugar de entonar el mea culpa y reconocer que es necesario adoptar medidas de choque, se saque pecho y se acuse a PISA de ser partidista, de no representar adecuadamente el “hecho específico español” y similares boludeces.
¿Para qué imitar el modelo finlandés, el mejor del mundo? Para nada. Aquí en España se educa a la española. Nada de educación bilingüe, nada de aulas con un número reducido de alumnos, nada de otorgar competencias a educadores y pedagogos. “Y a mi niño usted le habla en español, que el inglés no es de cristiano viejo”. Eso es de guiris. Total, dirán algunos, ¿para qué vamos a educar a nuestros hijos? Con que sepan encender la tele, firmar la hipoteca y votar al que le digan cada cuatro años los medios, ya tienen bastante.
Además de como terapia sobre los comentarios que he leído en estos días (que si los vascos examinan en castellano y eso no puede ser porque se rompe España, que los andaluces serán los que sacan peores notas pero Chaves sigue diciendo que “Andalucía es de primera“), quería enlazar este artículo con una idea que he oído a menudo durante estos años como alumno.
Existe en la universidad la famosa premisa del “doy por sabido que sabéis hacer esto”. Siguiendo esta teoría, y centrándonos en nuestro terreno, se supone que cuando un alumno accede a T&I tiene un nivel medio o avanzado de la lengua B, un nivel básico de la lengua C, y una capacidad de raciocinio distinta a la de una oruga de tierra. La realidad, por otro lado, es mucho más deprimente, pues recientes estudios han demostrado que las orugas de tierra obtienen mejores resultados en el informe PISA que los estudiantes españoles.
Obviamente se trata de una situación complicada. Los docentes no pueden subir el nivel, pues afrontan el riesgo de un fracaso masivo. Bajarlo implica reducir aun más la capacidad de trabajo de los alumnos (con las quejas de las orugas), y perpetuar el ciclo de mediocridad.
Ante este problema, Bolonia y la reforma del EEES se están presentando como una solución integral a este problema, donde esta nueva universidad más participativa, integral y “2.0″, resolverá todos los problemas que tenemos hasta ahora. Bienvenida sea por tanto Bolonia, y de paso, un aumento presupuestario, una reducción del clientelismo departamental, y reformas profundas en nuestro sistema de educación, empezando por preescolar y terminando en los cursos de doctorado. Pues intentar solventar un problema que tiene su origen en la educación básica no es sino empezar la casa por el tejado. Necesitamos una reforma de nuestro sistema educativo con urgencia, a menos que queramos un país de analfabetos funcionales. Y sin inversiones, una apuesta por los docentes y pedagogos de nuestro sistema educativo, y un cambio radical en nuestra sociedad (que ya no leemos ni en el water, coño), seguiremos quejándonos y afilando nuestro dedo acusador cuando los demás nos saquen las vergüenzas a pasear.
Oliver Carreira
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